HOY

• A las 21, en el teatro San Martín (avda. Sarmiento 601). Última función: próximo jueves a la misma hora.

Más que una ópera, hacía falta un texto que alabara la monarquía absoluta. “La clemenza di Tito” sería entonces el acto principal durante la coronación, como rey de Bohemia, de Leopoldo II de Habsburgo, el 6 de septiembre de 1791. Se la habían encargado a Antonio Salieri, que estaba desbordado de trabajo, y Wolfgang Amadeus Mozart, al borde de la ruina, aceptó el encargo y escribió la ópera en sólo seis semanas.

El compositor había terminado “La flauta mágica”, que triunfaba en el estreno en Viena, mientras “La clemenza di Tito” era modestamente recibida en Praga.

Mozart murió sólo tres meses después ¡a los 35 años! así que nunca se enteró de que su última ópera tardaría bastante en ser reconocida, y que al mandato original de que fuera cantada por castrati en dos de los roles principales se lo habían ganado sopranos y mezzos.

Recién a mediados del siglo XX las corrientes historicistas trajeron de nuevo al escenario la especialísima voz de los contratenores. Y es en los últimos años cuando estos se disputan los primeros puestos entre los mejores cantantes del mundo junto a tenores, barítonos y bajos.

Franco Fagioli es uno de ellos (dicen los entendidos que el mejor) y ha vuelto al teatro San Martín a interpretar a Sesto en “La clemenza di Tito”, que se estrenó el jueves. Demostró con creces qué lejos quedó aquel chico que llamaba la atención en “La flauta mágica”, hace años, en el mismo San Martín.

Derribó todos los prejuicios sobre la “rareza” de su voz, no sólo con la superioridad de sus condiciones técnicas e interpretativas sino por su conocimiento del rol, porque es el único en el elenco que lo ha interpretado. Deslumbró ya desde “Parto, ma tu ben mio”, en el primer acto, y lo hizo hasta el último pianissimo, con hondo dramatismo.

Fue esta la primera Clemenza para todos los demás, lo que refuerza el carácter de estreno. La batuta de Alejandro Hassan sostuvo con denuedo y efectividad los climas de la orquesta (la que más trabaja desde la obertura) sin que se rompiera la continuidad con los recitativos que en el piano siguió Tomás Alfaro.

La régie de las hermanas Concepción y María de la Paz Perre propuso una dramaturgia bien dinámica, entre grandes columnas de mármol que armaban y desarmaban el espacio escénico, a tono con las idas y venidas argumentales, a modo de thriller.

La soprano María Belén Rivarola se apropió de su primera Vitellia con todo su carácter, brillando por ejemplo en el aria “Deh se piacer mi vuoi”, y tomó color de contralto, como dispuso la difícil partitura de Mozart. El tenor Pablo Bemsch (Tito) se lució sobre todo en “Del più sublime soglio” y en “Se all’impero”. Como él mismo sostuvo, la obra exige mucho por el nivel de delicadeza, por el gesto llevado a lo mínimo, marcados en la impronta clásica del genio de Salzburgo.

El Coro Estable (Fagioli dixit) es garantía, y así sonó, con la imponencia acostumbrada.

Fue la primera Clemenza, drama serio per musica, para un público acostumbrado al arrobamiento lírico de Traviatas, Aídas, Bohèmes o Toscas. Y aprobó al final derrumbándose en aplausos y bravos.